Con la cristianización, peregrino comenzó a cambiar de significado. Todo cristiano era ahora un extrajero en este Mundo, pues esta, la vida perecedera no era la eterna y perfecta, sino meramente transitoria. La Patria era celeste, la vida terrestre un viaje.
Paulatinamente apareció en el cristianismo, como antes y después en otras tradiciones religiosas, el viajero de motivación religiosa, aquel que visitaba los lugares santos. Este tipo de viajero, que renunciaba a las comodidades de su casa y era extranjero que dependía de la benevolencia ajena durante el trayecto, pasó a ser el peregrino por excelencia.
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